14/4/12

RORAIMA (CORO)


Biografía
Biografía

Mi nombre es Roraima Nazareth Colina, tengo 19 años y curso el 3er semestre de Lengua, Literatura y latín en la Universidad Nacional Experimental “Francisco de Miranda”. Me apasionan las novelas e historias, esos libros que te transportan a otro mundo entre tantas letras y que cada punto y cada coma pueden internarte y hacerte desaparecer de la realidad, creo que como buena lectora no podía quedarme atrás y comencé desde hace un par de años a plasmar mis propias ideas, en la actualidad, como dijeron por allí siento que “mientras tenga aire en mis pulmones y un par de hojas de papel la vida puede seguir su curso tal y como está.”

SU NOMBRE ES FAUSTO

Su nombre es Fausto, Fausto Vergel y desde que tiene un año de edad vive en un lugar bastante cómodo y sin privilegios más que una bella casa, mucho dinero y una gran familia aparentemente unida y muy sólida, todo esto era cierto hasta que Fausto Vergel llega a la edad de dieciséis años y la vida se le convierte en un caos, pero por muy raro que parezca, toma sentido.
La muerte de su abuela paterna trajo consigo una noticia que cambió su vida, en el momento que un familiar muy cercano, la tía Modesta nombre poco propio y ajustado a su forma de ser—, hizo un comentario que le desencajo la mandíbula y le plasmo más preguntas que un consuelo. Ella sin ton ni son abrió su enorme boca de pato, pintada de un fuerte color carmín, debajo de unos ojos ligeramente saltones y muy arrugados bajo su permanente mascara de petulancia para decir aquella frase eterna, “Fausto y Justina tuvieron suerte, esa no es abuela suya.” El silencio que reinó instantes después de esto fue tan intenso que Fausto Vergel podía escuchar los latidos de su corazón detrás de su oreja. Contando, uno, dos, tres, cuatro… cincuenta latidos después miles de preguntas pululaban de aquí para allá en su mente. 
Lo más inteligente fue enfrentar a su dura madre, una mujer fuerte y de apariencia amargada, de cabellos siempre recogidos en la nuca y cejas juntas, pregunta tras pregunta trataba de aclarar sus dudas pero eran más largos e intensos los silencios que su madre protagonizaba que Fausto Vergel, con tan solo 16 años, con su padre y su madre, uno frente al otro, descubría que el padre que él había conocido no era más que un hombre tan lejano a él como podía serlo el panadero de la esquina, su sangre no era su sangre, Fausto Vergel descubría en el silencio más profundo de su corazón que su verdadero padre estaba en algún otro lugar y no frente a él.
Su madre no trató de explicar absolutamente nada haciendo que Fausto Vergel la mirara con rencor durante toda su vida, diez años fueron justos para que considerara volver a dirigirle la palabra. Hicieron falta más de treinta años para que Fausto Vergel lograra engranar tantos sucesos de su vida.
Al cumplir treinta años, después de haber gozado de todas las mujeres que quiso al ser bien parecido, de una tez morena y ojos claros, alto y fornido ya era padre de 8 hijos, acabando de desposar a una joven de 18 años inició la búsqueda, realmente intensa de su padre, de su familia. Su esposa, Marilú, tan parecida a una santa le apoyó desde que pudo enterarse de lo sucedido. Entre cajones y cajones, cofres, fotos y datos, logró dar con el apellido de su padre… Acosta, quién vivía en un pueblito a unas 18 horas de su ciudad y atando miles de cabos con tan pocos detalles se enrumba, una vez al año en busca de ésta familia y su padre que durante tantos años le fue escondido.
Hicieron falta treinta y nueve largos años, para que gracias a la tecnología y tantos tropiezos diera con el primer miembro de esa familia que tanto deseaba conocer. Fausto Vergel conoce a su familia, al fin, un 30 de abril, con muchas lagrimas, sonrisas y miles de emociones se une la sangre después de que todo indicaba ser más una utopía.
Sentados todos en la sala de la casa de uno de los hermanos, siendo hijos de Fausto Acosta eran todos hombres y mujeres entre treinta y cincuenta años, seis de una esposa y otros seis de otra, comentaban historias de su vida y como increíblemente siempre estuvieron tan cerca. Amigos en común, compañeros de trabajo en común pero sorpresivamente todos dándose a la tarea de alejarlos de su destino.
Walter, amigo de Francisco Acosta, hermano menor de todos y compañero de trabajo de éste, era para sorpresa de todos, tío de Fausto Vergel, una coincidencia tan espeluznante, tan cercana, tan quimera… éste amigo, Walter, siempre creo información poco justa para la misión de Fausto Vergel de encontrar a sus verdaderos parientes, “uno de los hijos de tu padre tiene un bus escolar,” no era bus escolar, era bus de transporte público. O que una de sus primas vivía a tan solo tres cuadras de la casa de donde vivía su padre, Fausto Acosta. Así fue todos los años, incluso hacerlo viajar una hora más de su original destino, dos años seguidos en busca de algo que no existía, allí no. Aunque no todo era de invención propia, detrás de todas esas pistas falsas siempre estuvo su madre, siendo como era, tan autoritaria, imponía su fuerte voz sobre sus hermanos e hizo jurar que nadie diría una sola palabra cierta o no del paradero del padre de Fausto Vergel.
Ya sentado en aquella sala junto a sus hermanos, muy dentro de su ser tiene la convicción de que su madre le odió a él por rencor a su verdadero padre. Fausto Vergel, muy serio y con las manos juntas contó como su madre le maltrataba, “mi mamá me ataba a un árbol, en el jardín de la casa de cara al tronco y cada vez que pasaba me daba golpes con correas o mangueras, así me tenía varias horas hasta que me soltaba.”  Todos pensamos lo mismo, “quizá tu madre fue así porque eras hijo de aquel hombre que la dejó, con un niño pequeño y embazarada. Sabes que siempre lo pensé,” su esposa le tomo de la mano dándole apoyo. Otra sorpresa para los hermanos que escuchaban era que él tenía una hermana, hermana que no era hija de su supuesto padre sino que, al igual que él, fueron criados por éste. “La cuestión es que Marlene, mi hermana, no quiere creer que nuestro padre, el verdadero se llamó Fausto Acosta.”
Hace solo cosa de un año, Fausto Vergel se enteró que el hombre al que tanto buscaba, ese señor que hubiera cambiado su vida había muerto, pero no hace un año, sino hace veinte. Fausto Vergel se fue de rumor en rumor hasta un personaje que conoció en busca de una familia que cada vez le parecía más lejana e inexistente y le contó que él había fallecido, “es que siempre se lo dije a mi señora, no sabes cómo cambiaria mi vida si yo conociera a mi papá.” Lastima no pudo hacerlo, pero sentado como estaba, entre tanto hermanos, tanta historia, tanto cariño y felicidad la vida si que le había cambiado.
Fausto Acosta, padre de Fausto Vergel, murió de cáncer hace veinte años, se casó la primera vez con Paz Giménez y tuvo 6 hijos, Paz Giménez tuvo que levantar prácticamente sola y con la ayuda de su segundo hijo Fausto Renaldo a todos sus hijos ya que Fausto Acosta la dejaba con un vientre hinchado, a punto de dar a luz porque en otra casa a unos cuantos kilómetros nacía la primera hija de Lucía Flórez, quién se convertiría en su concubina.
Con cincuenta y cuatro años, Fausto Vergel, militar fuera de servicio, ya con dieciséis hijos, gran corazón y una enorme sonrisa me hecho la primera bendición, debajo de sus lentes nos miraba dejando salir una solitaria lagrima que reflejaba tantos años de búsqueda y desilusión.
Abrazando a todos sus hermanos, Fausto Renaldo, Fausto José, Francisco, Felipe, Faustino, América, Silvina, Susana, Santina, Saira y Gilberto compartió toda una semana, con hermanos, primos, sobrinos y amigos, todos entre sorpresas y alegrías se escuchaban y felicitaban a su hijo menor por ser el responsable de tan hermosa unión. El niño, de tan solo nueve años, gracias al internet dio con Fausto José hermano mayor de la segunda esposa de su padre. Haciendo así que el reencuentro dejara de ser una fábula y se convirtiera en realidad.
Casi toda la descendencia de Fausto Acosta lleva éste nombre, entre hijos y nietos casi todos los varones llevan por nombre Fausto, haciendo honor y cargando el karma de un hombre tan vagabundo aunque bastante honesto cuando se trató de su primer hijo. Me atrevo a pensar que quizá mi abuelo, Fausto Acosta si quiso de verdad a la madre de mi tío, Fausto Vergel, incluso que fue su primer amor, pero al equivocarse como se equivocó, embarazando a otra mujer mientras la amaba a ella causó, quizá que ella junto a su hijo Fausto Vergel y la niña que iba a nacer pusiera tanta distancia de por medio.
Fausto Vergel no deja de preguntarse que causó que en realidad su madre lo separara de esa manera de su padre, pero la madre de Fausto Vergel ya  no sabe a qué se debe la sonrisa que ilumina el rostro de su hijo, ella ahora lo llama señor, se asusta al verlo entrar y cree que vive en la otra esquina. Dice en tono bastante serio, “la gente mala siempre tiene a buen recibido el alzheimer,” su madre ha perdido totalmente sus recuerdos, es una niña grandota a la que hay que atenderle como tal, incluso ya no habla y va a llevarse a la tumba la verdad del porque hizo lo que hizo.
Fausto Vergel acordó volver, como lo hacía todos los años, pero esta vez para compartir con su familia… con los Acosta.

4 comentarios:

  1. Bello Rora, felicidades.

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  2. felicitacionessss niña pero pobre fausto vale vivio siempre en la incertidumbre

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  3. Bravo mi RORA. jeje ya me se la historia! muy buena ala final la sangre llama!
    Bravoooooooooooooooooooooooooooooooooo!

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  4. que nostalgiaa me da leerlo muy bueno roraima, jajaj estoy dispuesto a compartir de mi manjar un gusto.... julio tizzani

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