Biografía
Biografía
Mi nombre es Roraima
Nazareth Colina, tengo 19 años y curso el 3er semestre de Lengua, Literatura y latín
en la Universidad Nacional Experimental “Francisco de Miranda”. Me apasionan
las novelas e historias, esos libros que te transportan a otro mundo entre
tantas letras y que cada punto y cada coma pueden internarte y hacerte
desaparecer de la realidad, creo que como buena lectora no podía quedarme atrás
y comencé desde hace un par de años a plasmar mis propias ideas, en la
actualidad, como dijeron por allí siento que “mientras tenga aire en mis
pulmones y un par de hojas de papel la vida puede seguir su curso tal y como
está.”
SU NOMBRE ES FAUSTO
Su nombre es Fausto, Fausto
Vergel y desde que tiene un año de edad vive en un lugar bastante cómodo y sin
privilegios más que una bella casa, mucho dinero y una gran familia aparentemente
unida y muy sólida, todo esto era cierto hasta que Fausto Vergel llega a la
edad de dieciséis años y la vida se le convierte en un caos, pero por muy raro
que parezca, toma sentido.
La muerte de su
abuela paterna trajo consigo una noticia que cambió su vida, en el momento que
un familiar muy cercano, la tía Modesta —nombre
poco propio y ajustado a su forma de ser—,
hizo un comentario que le desencajo la mandíbula y le plasmo más
preguntas que un consuelo. Ella sin ton ni son abrió su enorme boca de pato,
pintada de un fuerte color carmín, debajo de unos ojos ligeramente saltones y
muy arrugados bajo su permanente mascara de petulancia para decir aquella frase
eterna, “Fausto y Justina tuvieron suerte, esa no es abuela suya.” El silencio
que reinó instantes después de esto fue tan intenso que Fausto Vergel podía
escuchar los latidos de su corazón detrás de su oreja. Contando, uno, dos,
tres, cuatro… cincuenta latidos después miles de preguntas pululaban de aquí
para allá en su mente.
Lo más inteligente
fue enfrentar a su dura madre, una mujer fuerte y de apariencia amargada, de
cabellos siempre recogidos en la nuca y cejas juntas, pregunta tras pregunta trataba
de aclarar sus dudas pero eran más largos e intensos los silencios que su madre
protagonizaba que Fausto Vergel, con tan solo 16 años, con su padre y su madre,
uno frente al otro, descubría que el padre que él había conocido no era más que
un hombre tan lejano a él como podía serlo el panadero de la esquina, su sangre
no era su sangre, Fausto Vergel descubría en el silencio más profundo de su
corazón que su verdadero padre estaba en algún otro lugar y no frente a él.
Su madre no trató de
explicar absolutamente nada haciendo que Fausto Vergel la mirara con rencor
durante toda su vida, diez años fueron justos para que considerara volver a
dirigirle la palabra. Hicieron falta más de treinta años para que Fausto Vergel
lograra engranar tantos sucesos de su vida.
Al cumplir treinta
años, después de haber gozado de todas las mujeres que quiso al ser bien
parecido, de una tez morena y ojos claros, alto y fornido ya era padre de 8
hijos, acabando de desposar a una joven de 18 años inició la búsqueda, realmente
intensa de su padre, de su familia. Su esposa, Marilú, tan parecida a una santa
le apoyó desde que pudo enterarse de lo sucedido. Entre cajones y cajones,
cofres, fotos y datos, logró dar con el apellido de su padre… Acosta, quién
vivía en un pueblito a unas 18 horas de su ciudad y atando miles de cabos con
tan pocos detalles se enrumba, una vez al año en busca de ésta familia y su
padre que durante tantos años le fue escondido.
Hicieron falta
treinta y nueve largos años, para que gracias a la tecnología y tantos
tropiezos diera con el primer miembro de esa familia que tanto deseaba conocer.
Fausto Vergel conoce a su familia, al fin, un 30 de abril, con muchas lagrimas,
sonrisas y miles de emociones se une la sangre después de que todo indicaba ser
más una utopía.
Sentados todos en la
sala de la casa de uno de los hermanos, siendo hijos de Fausto Acosta eran
todos hombres y mujeres entre treinta y cincuenta años, seis de una esposa y
otros seis de otra, comentaban historias de su vida y como increíblemente
siempre estuvieron tan cerca. Amigos en común, compañeros de trabajo en común
pero sorpresivamente todos dándose a la tarea de alejarlos de su destino.
Walter, amigo de
Francisco Acosta, hermano menor de todos y compañero de trabajo de éste, era para
sorpresa de todos, tío de Fausto Vergel, una coincidencia tan espeluznante, tan
cercana, tan quimera… éste amigo, Walter, siempre creo información poco justa
para la misión de Fausto Vergel de encontrar a sus verdaderos parientes, “uno
de los hijos de tu padre tiene un bus escolar,” no era bus escolar, era bus de
transporte público. O que una de sus primas vivía a tan solo tres cuadras de la
casa de donde vivía su padre, Fausto Acosta. Así fue todos los años, incluso
hacerlo viajar una hora más de su original destino, dos años seguidos en busca
de algo que no existía, allí no. Aunque no todo era de invención propia, detrás
de todas esas pistas falsas siempre estuvo su madre, siendo como era, tan
autoritaria, imponía su fuerte voz sobre sus hermanos e hizo jurar que nadie
diría una sola palabra cierta o no del paradero del padre de Fausto Vergel.
Ya sentado en aquella
sala junto a sus hermanos, muy dentro de su ser tiene la convicción de que su
madre le odió a él por rencor a su verdadero padre. Fausto Vergel, muy serio y
con las manos juntas contó como su madre le maltrataba, “mi mamá me ataba a un
árbol, en el jardín de la casa de cara al tronco y cada vez que pasaba me daba
golpes con correas o mangueras, así me tenía varias horas hasta que me
soltaba.” Todos pensamos lo mismo,
“quizá tu madre fue así porque eras hijo de aquel hombre que la dejó, con un
niño pequeño y embazarada. Sabes que siempre lo pensé,” su esposa le tomo de la
mano dándole apoyo. Otra sorpresa para los hermanos que escuchaban era que él
tenía una hermana, hermana que no era hija de su supuesto padre sino que, al
igual que él, fueron criados por éste. “La cuestión es que Marlene, mi hermana,
no quiere creer que nuestro padre, el verdadero se llamó Fausto Acosta.”
Hace solo cosa de un
año, Fausto Vergel se enteró que el hombre al que tanto buscaba, ese señor que
hubiera cambiado su vida había muerto, pero no hace un año, sino hace veinte.
Fausto Vergel se fue de rumor en rumor hasta un personaje que conoció en busca
de una familia que cada vez le parecía más lejana e inexistente y le contó que
él había fallecido, “es que siempre se lo dije a mi señora, no sabes cómo
cambiaria mi vida si yo conociera a mi papá.” Lastima no pudo hacerlo, pero
sentado como estaba, entre tanto hermanos, tanta historia, tanto cariño y
felicidad la vida si que le había cambiado.
Fausto Acosta, padre
de Fausto Vergel, murió de cáncer hace veinte años, se casó la primera vez con
Paz Giménez y tuvo 6 hijos, Paz Giménez tuvo que levantar prácticamente sola y
con la ayuda de su segundo hijo Fausto Renaldo a todos sus hijos ya que Fausto
Acosta la dejaba con un vientre hinchado, a punto de dar a luz porque en otra
casa a unos cuantos kilómetros nacía la primera hija de Lucía Flórez, quién se
convertiría en su concubina.
Con cincuenta y
cuatro años, Fausto Vergel, militar fuera de servicio, ya con dieciséis hijos,
gran corazón y una enorme sonrisa me hecho la primera bendición, debajo de sus
lentes nos miraba dejando salir una solitaria lagrima que reflejaba tantos años
de búsqueda y desilusión.
Abrazando a todos sus
hermanos, Fausto Renaldo, Fausto José, Francisco, Felipe, Faustino, América,
Silvina, Susana, Santina, Saira y Gilberto compartió toda una semana, con
hermanos, primos, sobrinos y amigos, todos entre sorpresas y alegrías se
escuchaban y felicitaban a su hijo menor por ser el responsable de tan hermosa
unión. El niño, de tan solo nueve años, gracias al internet dio con Fausto José
hermano mayor de la segunda esposa de su padre. Haciendo así que el reencuentro
dejara de ser una fábula y se convirtiera en realidad.
Casi toda la
descendencia de Fausto Acosta lleva éste nombre, entre hijos y nietos casi
todos los varones llevan por nombre Fausto, haciendo honor y cargando el karma
de un hombre tan vagabundo aunque bastante honesto cuando se trató de su primer
hijo. Me atrevo a pensar que quizá mi abuelo, Fausto Acosta si quiso de verdad
a la madre de mi tío, Fausto Vergel, incluso que fue su primer amor, pero al
equivocarse como se equivocó, embarazando a otra mujer mientras la amaba a ella
causó, quizá que ella junto a su hijo Fausto Vergel y la niña que iba a nacer pusiera
tanta distancia de por medio.
Fausto Vergel no deja
de preguntarse que causó que en realidad su madre lo separara de esa manera de
su padre, pero la madre de Fausto Vergel ya
no sabe a qué se debe la sonrisa que ilumina el rostro de su hijo, ella
ahora lo llama señor, se asusta al verlo entrar y cree que vive en la otra
esquina. Dice en tono bastante serio, “la gente mala siempre tiene a buen recibido
el alzheimer,” su madre ha perdido totalmente sus recuerdos, es una niña
grandota a la que hay que atenderle como tal, incluso ya no habla y va a
llevarse a la tumba la verdad del porque hizo lo que hizo.
Fausto Vergel acordó
volver, como lo hacía todos los años, pero esta vez para compartir con su
familia… con los Acosta.
Bello Rora, felicidades.
ResponderEliminarfelicitacionessss niña pero pobre fausto vale vivio siempre en la incertidumbre
ResponderEliminarBravo mi RORA. jeje ya me se la historia! muy buena ala final la sangre llama!
ResponderEliminarBravoooooooooooooooooooooooooooooooooo!
que nostalgiaa me da leerlo muy bueno roraima, jajaj estoy dispuesto a compartir de mi manjar un gusto.... julio tizzani
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